Escala si quieres, pero recuerda que el coraje y la fuerza no sirven para nada sin prudencia, y que un momento de negligencia puede acabar con la felicidad de toda una vida.
No
hagas nada con prisas; mira bien donde pisas; y piensa desde el principio que
puede ser el fin.
Edward
Whymper. (Scrambles
amongst the Alps).
A esa edad, en la
que todos nos sentimos inmortales, cuando la juventud nos hace atrevidos, inquietos
e inconscientes. El riesgo de la escalada nos parece una razón más para hacer
de nuestras vidas una continua aventura.
Ahora que todo
eso a mí me parece tan lejano, debo confesaros, que tuve una pasión por escalar
paredes verticales que nunca se cumplió.
Por aquel
entonces, con apenas 15 años, frecuentaba un grupo de amigos, algunos algo
mayores que yo, que solían salir cada fin de semana a enfilar paredes imposibles
en busca del desafío cada vez mayor y más difícil.
Cargaban con sus
piolets, arneses, pies de gato, mosquetones y los cordinos. Totalmente
equipados se lanzaban a lo desconocido en los impresionantes precipicios de
Terradets, Collegats, Montsec o las montañas de Prades jugándose cada vez su
todavía corta vida.
Debo admitir que
los admiraba, y sin ninguna duda deseaba profundamente formar parte de aquella
juventud de elite. Así que sin pensármelo dos veces y alardeando de un valor
que nunca había tenido, me ofrecí a acompañarles en la próxima salida que
hicieran, dispuesto a pasar a la historia como un escalador de primera línea
con lo que esto llevaba asociado, la admiración de todas las atractivas y
jóvenes muchachas que siempre solían ir merodeando alrededor de aquellos
intrépidos escaladores.
El primer día de
escalada fue de lo más frustrante, un amigo me prestó todo el material
necesario y aunque el equipo estaba bastante usado debo admitir que me sentía
como el más osado, admirado y experto de aquel grupo de aventureros.
Cargar con todo
aquel peso, podía ser de lo más vistoso de cara a la captación de las miradas
de las muchachas que se cruzaron en mi camino, yo pretendía caminar con la
dignidad de un avanzado y corpulento alpinista, pero dada mi penosa preparación
física, mi delgadez extrema y por supuesto mi juventud, debo reconocer que estaba
totalmente hecho polvo y probablemente mi aspecto debía resultar penoso. Pero
cualquier sacrificio era válido para triunfar entre las valquirias que yo
estaba soñando.Pero todo aquel sueño me cayó de golpe al suelo junto con mis atributos varoniles, cuando me encontré bajo las impresionantes paredes de Terradets. Aquello era una animalada, de lejos parecía ser accesible pero divisado desde aquella perspectiva tuve que reconocer que no tendría valor de escalar ni 2 metros. Y así fue, me ayudaron a colocarme los arneses mientras yo intentaba disimular el tembleque que corría por todo mi cuerpo, me dieron unas breves instrucciones de cómo debía utilizar los mosquetones y como rapelar cuando fuera necesario. Y por fin llegó el temido momento y entonces cuando miré hacia arriba dispuesto a seguir al compañero que abría la vía y que se había autonombrado profesor mío, literalmente me cagé…
Superándome a mí
mismo, intentando vencer mis miedos, y aparentando una tranquilidad que en
absoluto tenia, poco a poco fui ascendiendo hacia mi compañero. No podía
rajarme, era demasiado tarde para comportarme como un gallina. Así que sin
pensar en lo que estaba haciendo y siguiendo las instrucciones de mi experto
amigo, enfilé torpemente aquella recta pared. No sé cuántos metros subí, creo
que muy pocos, pero me sentía como un chorizo de cantimpalo colgado de una lisa
pared. Cuando miré hacia abajo aquella altura me pareció suficiente por aquel día
y decidí bajar cagando ostias. El resto de escaladores se balanceaban muchos
metros por encima de mi cabeza, pero mi compañero de cordada decidió dejarme en
el suelo a buen recaudo, agradeciéndole que no se mofara de mi patética exhibición
de escalada.
Cuando
más tarde lo explicaba a aquellos amigos y amigas que no eran del círculo de la
escalada y que por supuesto no habían estado presentes en mi arriesgada gesta,
les hable del riesgo que entrañaba estar colgado del vacío. De la calma que tuve
que conservar para arriesgar mi vida en aquellas circunstancias y explicaba que
por supuesto aquel seria mi modo de vida desde aquel día.
Debo admitir que por mis mentiras y fanfarronerías tuve que ir unas cuantas veces más con aquel experto grupo a hacer el payaso otras cuantas veces, finalmente me hicieron comprender que la escalada no era lo mío y que en mi propio bien y la seguridad de ellos sería mejor que abandonara mi pretensiones escaladoras y por supuesto el grupo antes de que tuviéramos que lamentar daños mayores.
Lejos de tomármelo a mal o frustrarme por mi fracaso dentro de la historia de los grandes escaladores, abandoné con la máxima dignidad mi absurdo sueño y me hice mi propia versión de lo que había pasado.
Argumenté que aquel grupo era bastante aburrido, que colgar como un vulgar chorizo desde lo alto de un precipicio no me motivaba en absoluto y que desde aquel momento, prefería otro tipo de pasatiempo, sin lugar a dudas los guateques y las fiestas playeras en que retozar con alguna jovencita era mucho más atractivo que aquel insípido deporte. De esta forma salve mi reputación y me aleje de un deporte que debo admitir que realmente me fascinaba…
Pido perdón a aquellos amigos que tuvieron la paciencia de aguantar mis neuras, Algunos de ellos perdieron la vida en conseguir objetivos inimaginables que sin mucho coraje es imposible de comprender. A los que ya con muchos años a sus espaldas siguen siendo grandes escaladores y a los que tuvieron que dejarlo porque el cuerpo ya no les aguantaba. A todos ellos mi homenaje y la envidia sana porque consiguieron unos objetivos que yo no fui capaz de alcanzar.
De los jóvenes hay que resaltar: la osadía, la valentía, la perseverancia, la fuerza, la solidaridad, la alegría y las ganas de vivir.
De los viejos escaladores debéis aprender: la experiencia, la prudencia, la generosidad, el sentido de colaboración, el respeto a las montañas y por supuesto el amor a la vida pasada, y a la escalada, esa pasión que les hizo vivir los mejores momentos de sus largas vidas.
A la memoria de todos aquellos que apuraron su sueño hasta el final.